Un recuerdo bonito, un momento que pasa por tu mente por un instante, aquel sueño que tenías de pequeño que se hace realidad, con esto se quedará nuestra mente. Un bonito recuerdo viendo a tu eterno capitán levantado una Copa tras otra, uniendo al país delante de un televisor, uniendo las diferentes generaciones de una familia, abuelos que vivieron aquella final ante la URSS en el 64, padres que vieron el fallo de Arconada en la final del 84 y los sucesivos mal de ojos en Eurocopas y Mundiales, hijos como yo, bastante jóvenes, cuyos primeros recuerdos de la Selección Española también son tristeza y lágrimas, ya sea por árbitros sinvergüenzas o calvas mágicas que pasaran a la historia del fútbol. Allí nos encontrábamos, en frente del televisor, un 29 de Junio de 2008, era una nueva cita con la historia, una cita para dejar los fantasmas del pasado de lado, una cita que viviríamos todos juntos. Y no podíamos fallar, habíamos superado a esa Italia que nos tenía comida la moral en una tanda de penaltis que permanecerán en nuestra cabeza, además teníamos lo que necesitábamos para llevarnos ese partido y la Eurocopa a casa, lo teníamos tan cerca que era nuestro momento. Entonces llegó el minuto 33 y el balón llegó a los pies de Xavi, ese Xavi que maravilló a todo el mundo, y junto a él, España, el equipo que había demostrado en las semifinales contra Rusia como se jugaba al fútbol que iba a dominar lo siguientes años en Europa. Y en un alarde de creatividad Xavi dio ese pase que tanto le caracteriza, un pase en profundidad que leyó a la perfección Torres. En los segundos siguientes todos sabemos que ocurrió. Allí comenzaba todo, en esa Eurocopa echamos de nuestras vidas a esos fantasmas de los que nos hablaban nuestros padres y abuelos con un toque de rencor, pero que en los siguientes días se convirtieron en nostalgia, ya que no los volverían a ver. Comenzábamos a escribir nuestra propia historia.

Y entonces llegamos a tierras polacas y ucranianas, ya más tranquilos, y con un sentimiento que jamás habíamos tenido antes, o por lo menos tan intenso, ese sentimiento de exigencia, ya no podíamos fallar a la historia, si habíamos llegado hasta ahí teníamos que hacer leyenda, teníamos que ser un equipo legendario que al hablar de él en los siguientes años se nos pasara por la cabeza una felicidad instantánea que nos hiciera pensar de forma positiva a aquella frase de Jorge Manrique: Cualquier tiempo pasado fue mejor. Avanzamos dejando dudas, que si falso nueve sí, que si nueve verdadero, que si aburre ese juego al que todos querían jugar… Ni mucho menos jugamos a nuestro nivel, seguramente no haya sido nuestra mejor Eurocopa, pero una vez que echamos a esos problemáticos fantasmas de nuestra vida, ya era muy difícil que volvieran. Y así nos plantamos en la final. De nuevo nos la veíamos contra Italia, esta vez en una final. Pero ya no teníamos miedo. Jamás les habíamos ganado en partido oficial, pero eso no nos preocupaba. Estábamos tranquilos en nuestra tranquilidad. No era igual que 2008, algunos miembros de la familia ya no estaban, pero su recuerdo y el del 64 seguían vivos. Entonces explotó en Kiev como si se tratara de una bomba atómica repleta de fútbol en vez de uranio o plutonio. Sin exagerar, me atreveré a decir que es uno de los mejores partidos de fútbol que he visto en mi vida, y encima jugado por nuestra España, la España de todos, de mis abuelos, de mi padre, y de la mía.
